3/25/2009

CZESLAW MILOSZ VÍA SAN PABLO


Czeslaw Milosz  (1911 2004)

ELEGÍA PARA N. N.
Dime si es demasiado lejos para ti.
Podrías haber navegado sobre una ola del Báltico
y, pasados los campos de Dinamarca,
pasado un hayedo, podrías haber virado
en dirección al océano, y estarías ya casi
en el Labrador, completamente blanco
en esta época del año. Y si tú, que soñabas
con una isla solitaria, tienes miedo a las ciudades
y a las luces de los semáforos en las calles,
habrías encontrado entonces un sendero propio
en el desierto de los bosques,
sobre los amoratados hielos derretidos
por las huellas de alces y caribúes,
hasta las sierras, hasta las minas de oro abandonadas.
El río Sacramento te hubiera guiado
hacia colinas cubiertas de encinas espinosas.
Apenas un pequeño bosque de eucalipto más
y estarías finalmente conmigo.

Lo reconozco, cuando la manzanilla ha florecido
y la bahía despierta azul en las mañanas de primavera
pienso con apatía en la casa junto al lago
y en las redes tendidas bajo el cielo lituano.
La cabina en la que te ponías el bañador
se ha transformado para siempre en un cristal abstracto.
Hay una oscuridad melosa junto a la balconada
y pequeñas lechuzas ridículas y olor a cuero.

Cómo podíamos vivir entonces, ni siquiera yo lo sé.
Los estilos y los hábitos vibran indistintos,
sin conseguir ser autosuficientes, deseando un final.
¿Qué importa que añoremos las cosas por sí mismas?
El conocimiento del tiempo que pasa ha consumido
los caballos ante la fragua y las pequeñas columnas
en la plaza del mercado de la ciudad y las escaleras
y la peluca de mamá Fliegeltaub.

Desde luego hemos aprendido mucho, lo sabes.
Sobre todo, cómo una y otra vez perdemos
cuanto supuestamente no podía perderse,
las personas, las calles, y cómo el corazón
no muere cuando parece que debería hacerlo.
Sonriamos, en la mesa hay pan y té
y eso otro no es más que el remordimiento
de no haber amado en Sachsenhausen las pobres cenizas
de un amor absoluto que escapaba a la medida humana.

Tú te has acostumbrado a nuevos, húmedos inviernos,
en una casa de cuyos muros limpiaron la sangre
de su dueño alemán, que nunca volvió.
También yo me conformé con lo que es posible,
ciudades y países. No podemos bañarnos dos veces
en el mismo lago en cuyo fondo se amontonan
las hojas de los alisos
desmigajando el primer rayo de sol.

¿Tus culpas y mis culpas? Pocas y sin importancia.
¿Tus secretos y mis secretos? Diminutos y ridículos.
No tanto cuando se atan la mandíbula con un pañuelo
y entre los dedos sujetan una cruz y a lo lejos
ladra un perro y brilla una estrella.

No, no es porque sea demasiado lejos
que no viniste a buscarme aquel día, la otra noche.
Año tras año crece en nosotros, hasta dominarnos,
-lo entiendo ahora como lo entendiste tú- la indiferencia.

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